viernes, 26 de marzo de 2010

Camarote de los hermanos Marx



Hay situaciones que hacen a los días diferentes de otros, y hoy ha sido uno de ellos. Como otras veces he ido a que me arreglen las cejas, y al llegar, como siempre, hay gente esperando, pero eso allí no importa, porque Rocío, (así se llama la esteticista ), no se altera, ella atiende a todas y a todos con una sonrisa, palabras amables y un " sientate aquí con nosotras, que ya termino con ella" , eso si, no se critica de nadie, se habla, se comenta, pero ella no permite que se le falte el respeto a nadie. No importa el turno que tengas, ella lo administra según cree; si llega alguien con alguna circunstancia por la cual que ella considera que debe atenderla la primera, la atiende y no pasa nada, aunque tenga siete antes que ella, y lo asombroso es que nadie protesta, ni siquiera se hace un mal gesto.
Bueno a lo que iba, aunque el local tiene una extensión de unos 80 metros cuadrados, con distintas divisiones, pero ella trabaja en un habitación de unos doce metros cuadrados.

Para situarnos, hemos de saber que todo el frontal lo ocupa un espejo, y delante de éste un tocador, dos camillas, y distintos aparatos necesarios para su trabajo, a esto se le agrega, (según las necesidades ) taburetes, sillas...
¿Porqué, cuento esto?, sencillamente porque hoy parecía el gabinete de los hermanos Marx, imaginaos, yo tendida en la camilla, ella poniéndome la cera, y hablando a la vez, una joven con su niño, en su carrito, y tres más, (sentadas donde podían) dos de pie, todos hablando, la puerta que da a la sala de espera abierta, dos chicos que esperaban se asomaban. En un intermedio, llegó la lotera, como es nueva en el oficio, Rocío me deja con la cera en medio bigote y se pone a venderle los cupones,cuando termina, se queda charlando, mientras yo tendida en la camilla, espero, llega la de Circulo de lectores, a la que también atiende, (me deja de paso mi pedido), ¡y se queda!; suena mi móvil, como era imposible enterarme, me levanto y salgo fuera, mientras ella va a terminarme y la camilla está vacía, por fin consigue terminarme y al marcharme en medio de esa algarabía me dice:
-Lo siento, hoy no te has podido relajar.

-No te preocupes, me lo he pasado muy bien.

Y aquí estoy, sonriendo cada vez que me acuerdo.